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¿Nos Acerca la Ciencia a Dios?    
Martes, 21 de Abril de 2009 18:58

¿Das por sentado que los científicos no creen en Dios?

Si así es, tal vez le sorprendan las conclusiones a las que están llegando algunos de ellos.

Aunque la ciencia no cesa de aclarar enigmas sobre el cosmos y las criaturas de nuestro entorno, tanto los investigadores como la gente común siguen afrontando cuestiones tan trascendentales como las siguientes: ¿Qué origen tuvo el universo, y qué hubo antes de él? ¿Por qué parece que fue preparado para albergar seres vivos? ¿Cómo surgió la vida en la Tierra?

 

¿Es anticientífico creer en Dios?

EN LAS alusiones al mundo científico suele encontrarse fraseología religiosa. Así, las publicaciones califican a los investigadores de “sumos sacerdotes de la nueva cultura tecnológica”, y a sus laboratorios, de “templos” o “santuarios”. Si bien es cierto que son expresiones metafóricas, suscitan una pregunta trascendental: ¿media un abismo entre ciencia y religión?

Existe la opinión de que cuanto más saben los especialistas, más se apartan de la creencia en Dios. Pero aunque un buen número menosprecie la fe religiosa, no son pocos los que están profundamente impresionados ante los diversos aspectos de la naturaleza que manifiestan diseño. Hay quienes incluso van más allá y se plantean preguntas referentes al propio Diseñador.

 

Vientos de cambio

El predominio de las teorías evolutivas de Darwin se ha extendido siglo y medio, y muchas mentes bien formadas previeron que la fe en Dios sería a estas alturas patrimonio exclusivo de ignorantes, crédulos e ingenuos. Pero de ningún modo ha sido así. Aunque no siempre acepten la Biblia ni la idea de un Dios personal, muchos científicos confiesan que admiten la existencia de un Creador, ya que la naturaleza revela un diseño que exige un Artífice inteligente.

¿Puede tachárseles de ingenuos? Una reseña bibliográfica del diario The New York Times incluye este comentario sobre diversos investigadores que ven diseño inteligente en el cosmos y sus seres vivos: “Tienen doctorados y trabajan en prestigiosas universidades. Su rechazo al darwinismo no parte de la autoridad de las Escrituras, sino de premisas científicas”.

El citado artículo agrega que los defensores del diseño inteligente “no hacen afirmaciones descabelladas. [...] Únicamente aseveran que, a la hora de explicar la totalidad de la vida, resultan insuficientes tanto la hipótesis darwinista más aceptada como las demás teorías ‘naturalistas’ que se circunscriben a la acción gradual de causas mecánicas sin inteligencia. Aseguran que el mundo biológico rebosa de testimonios de planificación, los cuales señalan, casi con certeza absoluta, a la intervención de un Diseñador inteligente”.

Dichas conclusiones son sorprendentemente comunes entre los hombres de ciencia. Según un estudio publicado en 1997, en Estados Unidos creen en un Dios personal 4 de cada 10 científicos, proporción que apenas ha cambiado con respecto a una encuesta semejante realizada en 1914.

Naturalmente, en los países más secularizados, como los de Europa, la relación es menor. Con todo, “hay un mayor número de creyentes entre quienes se han especializado en ciencias más exactas, como la física y la geología, que entre quienes dominan ciencias más especulativas, como la antropología —señala el rotativo británico The Guardian—. De hecho, en el Reino Unido hay organizaciones como Christians in Science (Cristianos en la Ciencia) y el porcentaje de alumnos asistentes a la iglesia es mucho mayor en las carreras de ciencias que en las de letras”.

No obstante, se ve que la mayoría de los científicos se mofan de la idea de un Creador, y tal desdén constituye una poderosa presión de grupo. Como señala el astrónomo Allan Sandage, “hay cierta reticencia a admitir que uno es creyente”. ¿Por qué? Él mismo contesta: “Se cae en un gravísimo descrédito” al ser el blanco de la desaprobación y las críticas de los colegas.

Como consecuencia, los entendidos que se atreven a indicar que la ciencia no excluye forzosamente la creencia en el Creador ven sus voces ahogadas por las opiniones más escépticas. Los siguientes artículos se centran en estos planteamientos que suelen desdeñarse y en los motivos que los fundamentan. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con usted, lector?

¿Acaso puede la ciencia acercarle a Dios?

 

Razones por las que creen en Dios algunos científicos

AUNQUE la ciencia no cesa de aclarar enigmas sobre el cosmos y las criaturas de nuestro entorno, tanto los investigadores como la gente común siguen afrontando cuestiones tan trascendentales como las siguientes: ¿Qué origen tuvo el universo, y qué hubo antes de él? ¿Por qué parece que fue preparado para albergar seres vivos? ¿Cómo surgió la vida en la Tierra?

La ciencia aún no ha contestado satisfactoriamente estos interrogantes, y hay quienes dudan que lo haga algún día. Por ello, muchos se sienten obligados a revaluar sus opiniones y creencias. Examinemos tres misterios que han llevado a algunos entendidos a reflexionar sobre la existencia de un Creador.

¿Surgió por casualidad un universo bien regulado?

El primer gran interrogante tiene que ver con lo bien regulado que está el cosmos. En efecto, ¿por qué está regido por leyes físicas de carácter inmutable y constantes naturales que resultan ideales para la Tierra y la vida que alberga?

Antes que nada, ¿qué se quiere decir con “bien regulado”? Tomemos por caso la intensidad de las fuerzas físicas fundamentales: el electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear fuerte y la interacción nuclear débil. Las cuatro actúan sobre todos los objetos del universo y están ajustadas y equilibradas con tanta precisión, que el menor cambio acabaría con la vida existente.

A muchas mentes pensantes no les satisface la explicación de que tal exactitud sea pura coincidencia. El físico John Polkinghorne, que trabajó en la Universidad de Cambridge, llegó a esta conclusión: “Al comprender que las leyes de la naturaleza deben estar ajustadas con extraordinaria precisión para que exista el mundo visible, surge con fuerza en nuestro interior la idea de que este no se originó por casualidad, sino con una finalidad”.

El físico australiano Paul Davies suscribe la misma opinión: “No cabe duda de que muchos científicos se oponen temperamentalmente [...]. Desdeñan la idea de que pueda existir un Dios, o inclusive un sustrato o principio creativo impersonal [...]. Personalmente, no comparto su desdén. [...] No puedo creer que nuestra existencia en el universo sea un mero capricho del destino, [...] un destello fortuito en el gran drama cósmico”.

Enigmas que desconciertan a los científicos

  • ¿Por qué están calibradas con tanta precisión las cuatro fuerzas físicas fundamentales, lo cual posibilita la existencia del universo y la vida?
  • ¿Qué explicación tiene la extrema y a menudo irreducible complejidad de los organismos?
  • ¿Por qué es tan fragmentario el registro fósil, y dónde están los eslabones (organismos intermedios) entre las principales categorías de seres vivos?

 

El reto de la complejidad

El segundo interrogante científico lo plantea la inmensa complejidad del mundo que nos rodea. Es de sentido común: cuanto más complicado es algo, menos probable es que haya surgido por casualidad. Veamos un ejemplo.

Para que se forme una molécula de ADN, unidad esencial de la vida, tienen que sucederse con precisión múltiples reacciones químicas. Hace tres decenios, el doctor Frank Salisbury, de la Universidad del Estado de Utah (EE.UU.), calculó que la aparición espontánea de una molécula básica de ADN contaba con unas posibilidades tan ínfimas que cabía calificarla de imposibilidad matemática.

La complejidad resulta aún más obvia cuando los seres vivos poseen órganos compuestos que serían inútiles de no existir otros órganos igualmente especializados. Sirva de botón de muestra la facultad de la reproducción.

Según las teorías evolucionistas, los organismos fueron reproduciéndose al tiempo que se hacían más intrincados. Pero en algún punto, la hembra de ciertas especies tuvo que haber desarrollado células reproductivas que requerían la fertilización por parte de las células complementarias del macho. Además, a fin de transmitir a su descendencia el número debido de cromosomas, las células reproductivas de ambos padres pasan por la meiosis, singular proceso que les reduce a la mitad el número usual de cromosomas. De este modo, no se produce un exceso cromosómico en la descendencia.

 

Ahora bien, este proceso tuvo que haberse dado en otras especies. Entonces, ¿de qué manera se las arregló cada “primera madre” para reproducirse con un “primer padre” plenamente desarrollado? ¿Cómo consiguieron de golpe reducir a la mitad el número de cromosomas en sus células reproductoras respectivas a fin de tener descendientes sanos con las características de los dos? Además, si estos medios genéticos surgieron poco a poco, hubo un momento en que su formación fue parcial. En tales circunstancias, ¿cómo pudo haber sobrevivido cada macho y cada hembra?

¿Cuántas probabilidades hay de que la interdependencia reproductiva sea fruto del azar? Si el cálculo se limita a una sola especie, el resultado es inconmensurablemente bajo, pero si se aplica a todas, la cifra ya desafía toda lógica. ¿Logran explicar tal complejidad las hipótesis evolucionistas? ¿Cómo es posible que una serie de accidentes, sucesos aleatorios sin finalidad alguna, hayan dado origen a sistemas interrelacionados de forma tan compleja? Los seres vivos presentan un sinnúmero de características que indican previsión y planificación, lo que a su vez implica la existencia de un Planificador inteligente.

Muchos especialistas han llegado a esa conclusión. Por ejemplo, el matemático William A. Dembski escribió que el “diseño inteligente” que se manifiesta en determinados “aspectos observables del mundo natural [...] solo puede explicarse adecuadamente recurriendo a causas inteligentes”. Michael Behe, bioquímico molecular, resume así la situación: “Es posible ser buen católico y creer en el darwinismo. Sin embargo, a consecuencia de la bioquímica, es cada vez más difícil ser un científico serio y aceptar dicha hipótesis”.

 

 

La irregularidad del registro fósil

El tercer misterio que desconcierta a algunos científicos se deriva del registro fósil. Si, como dicen, la evolución duró millones de años, deberíamos encontrar un sinfín de eslabones, u organismos de transición, que unan entre sí a las principales categorías de seres vivos. Pero en la multitud de fósiles descubiertos desde los días de Darwin no hallamos dichas formas intermedias. Más que perdidos, los eslabones son inexistentes.

Por estas razones, un número apreciable de científicos ha concluido que las pruebas aducidas a favor de la evolución son muy débiles y contradictorias. El ingeniero aeroespacial Luther D. Sutherland hizo este comentario en su libro Darwin’s Enigma: “Los testimonios científicos indican que cada vez que apareció en la Tierra una forma de vida básicamente distinta —desde seres unicelulares, como los protozoos, hasta el propio hombre— estaba completa, con organismos y estructuras del todo funcionales. De ello se deduce de forma ineludible que hubo cierta inteligencia preexistente antes del inicio de la vida en nuestro planeta”.

Por otro lado, el orden de aparición de los seres vivos en el registro fósil corresponde al que presenta la Biblia en el libro de Génesis. Donald E. Chittick, físico químico doctorado por la Universidad del Estado de Oregón, señala: “Un examen directo del registro paleontológico nos conduce a la conclusión de que los animales se reproducen según su género, como indica Génesis. No pasan de una especie a otra. Los hechos, tanto hoy como en tiempos de Darwin, concuerdan con la crónica de Génesis sobre la creación directa. Los animales y las plantas aún se reproducen según su género. Tan fuerte es el conflicto entre paleontología (el estudio de los fósiles) y darwinismo, que algunos científicos empiezan a creer que nunca aparecerán las formas intermedias”.

 

Se enfrentan a los hechos

Todo lo anterior es una muestra mínima del cúmulo de preguntas que quedan sin respuesta si se desestiman las pruebas de que existe un Creador. Algunos científicos comprenden que rechazar a Dios no es una senda fundada en hechos demostrados y lógica cuidadosa, sino en conjeturas aventuradas.

Tras una vida coronada de éxitos en sus investigaciones y labores en el campo de la astronomía, Allan Sandage dijo: “Fueron mis conocimientos científicos los que me llevaron a concluir que el mundo presenta complicaciones mucho mayores que las que logra esclarecer la ciencia. Solo puedo entender el misterio de la existencia recurriendo al elemento sobrenatural”.

 

¿Puro azar?

Hace unos meses, National Geographic publicó una llamativa cubierta que ilustraba el amor existente entre una madre y su niño, y que impulsó a un lector a escribir lo siguiente a la revista: “La imagen de portada de la mamá y el recién nacido es una obra maestra. No me cabe en la cabeza que haya quien vea esta encantadora criatura, que solo nueve meses antes fue un óvulo no mayor que la cabeza de un alfiler, y crea que su fantástico desarrollo se debe a un accidente ciego de la casualidad”.

Muchas personas opinan igual: el escritor Gerald Schroeder, ex profesor de Física Nuclear, compara las probabilidades de que el universo y la vida hayan surgido por puro azar a las de ganar la lotería tres veces seguidas: “Antes de que podamos cobrar el tercer billete premiado, ya iremos de camino a la cárcel por haber hecho trampa. La posibilidad de que alguien la gane tres veces —sean seguidas o en el transcurso de toda una vida— es tan pequeña que se descarta por insignificante”.

 
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